La eficacia del terror medieval

18/Ago/2014

ABC, España, HERMANN TERTSCH

La eficacia del terror medieval

La eficacia del terror
medieval
El fornido oficial,
cumplidos ya los cincuenta, en uniforme de combate, de rodillas, da
explicaciones. Le sujeta un hombre con un pasamontañas negro. Le interrumpe
varias ves una voz junto a la cámara que graba la escena. Sin alzar la voz. No
intenta zafarse. Sabe que no hay escapatoria. Entra en escena otro hombre que
oculta la cara tras un pañuelo. Le agarra la cabeza al militar con la zurda, se
la tuerce, y con la derecha, con un cuchillo corto, le secciona el cuello. Se
dispara un chorro de sangre hacia el suelo. Se corta la imagen. Otro plano. El
cuerpo decapitado del oficial con su cabeza ensangrentada colocada encima de la
tripa. Fin de la escena. Otra: Una mujer, desnuda sobre una mesa, se
convulsiona con violencia. Intenta desesperadamente zafarse de quienes la
sujetan. Los cuatro brazos que la apresan están cubiertos por manguitos de
plástico para no mancharse. Por la parte izquierda aparecen otros dos brazos,
también con manguitos, y un cuchillo. Sujetan la cabeza de la mujer por el
pelo, tiran hacia la nuca para tensar la garganta. Y el cuchillo la secciona.
El chorro de sangre que brota, cae en una palangana ya medio llena que sujetan
otras manos, otros brazos con manguitos, en la parte inferior del encuadre.
Otra más: Una plaza urbana
con una verja circular muestra cada metro, metro y medio, una cabeza humana
clavada en una pica. Cabezas de hombres. Aunque también hay otras imágenes con
cabezas de niños. Y pequeños abiertos en canal. Aquí los cuerpos son varones
adultos. Todos decapitados. Algunos están ensartados en la verja. Otros
apoyados junto a la misma. A lo lejos tres cuerpos cuelgan de un armazón de
tubos. Y una escena más: combatientes armados con fusiles de asalto vigilan a
decenas de jóvenes tumbados en una fosa poco profunda. Son varias decenas
tumbados mirando al suelo en dirección alterna. Cabeza junto a pies del
próximo. Todos muy jóvenes. Dos encapuchados abren fuego y caminan a un tiempo.
Uno disparando ráfagas contra todos los tumbados. Otro remata, tiro a tiro. Ninguno
de los vivos se mueve ante la cercanía de la muerte. Nadie hace además de
levantarse o intentar huir. Todos esperan, en paralizante resignación la
llegada de su bala.
Todas las escenas
descritas recuerdan a las peores imágenes de los peores crímenes del siglo XX.
Pero se producen y se graban en estos días del verano del 2014. No son casos
excepcionales. Porque muestran atrocidades de las que se tienen noticias
coincidentes desde toda la región afectada por esta plaga ideológica o
religiosa o terrorista o como quieran llamarla. Pero además no son imágenes
robadas para denunciar las atrocidades ajenas y conmover al mundo y urgir a la
comunidad internacional a levantarse contra la inaudita crueldad de los autores
de estas atrocidades.
Son vídeos, muchos de
ellos producidos con calidad y esmero por los autores de los crímenes, cuyo fin
es promocionar la acción política y militar de los mismos. Son películas de
propaganda de los propios criminales hechas para su mayor gloria y prestigio. Y
son una de las armas más eficaces del monstruo que ha surgido de la guerra de
Siria y hoy ya ha dinamitado fronteras, controla grandes territorios y
aterroriza a toda la región y que responde al nombre de Estado islámico de Irak
y Siria (ISIS) o ya Estado Islámico a secas. Su embrión fueron los grupos más
radicales del sunismo llegados a combatir al régimen de Bashar al Assad en
Siria, con Al Qaida como referencia religiosa ideológica. Que recibieron de los
países del Golfo toda la ayuda financiera y de armamento que no recibieron de
ninguna parte las fuerzas en principio moderadas del Ejército Sirio Libre
(FSA).
Así, con el mensaje de
que la crueldad absoluta y sin compromiso se veía recompensada tanto en el
frente de batalla como por los donantes extranjeros, el prestigio de estos
grupos subió como la espuma. Con nadie se estaba mejor armado, financiado y
protegido. Arabia Saudí, los países del Golfo en general y Qatar en particular,
compaginan la financiación de clubs de fútbol occidentales, fondos de inversión
y fundaciones benéficas con estos grupos que se nutren del culto a la muerte y
el terror de tradiciones mesiánicas del islam. En qué medida lo hacen para
expandir su propia influencia o para pagar su propia tranquilidad es
irrelevante. El hecho es que quienes siembran el terror y la muerte entre
minorías y mayorías en Siria e Irak y pronto quizás en el resto de la región
han sido financiados por elegantes jeques educados en Oxford, Cambridge,
Harvard y Stanford. Y en la hora estelar de estas orgías de sangre el mundo
asiste impávido a la irrupción en la modernidad de la eficacia del terror
medieval.